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          Mi hermana tuvo la suerte de pertenecer a ese pequeño grupo que perpetúa la tradición oral de las historias que generación a generación pueblan la Tierra, y mueren hasta que la última persona que sabe algo sobre ellas deja de existir. En el caso de Latinoamérica, parece que sigue los pasos de esas sociedades patriarcales cuya historia oficial es la de los hombres, mientras la de las mujeres pocas veces es contada. Si lo es, lo es dentro de las cuatro paredes de la esfera privada, ahí donde priman el café y los bizcochos. No se ganan, ni siquiera, el espacio secundario de un bar de mala muerte. No. En una mesa de tragos, cuando se habla de mujeres no es para exaltarlas, todo lo contrario, es para reducirlas, minimizarlas. La práctica de tomar guaro es una práctica de vindicación de valores del macho, aunque en ella participen mujeres. Así que no sería en una taberna de esquina donde se hablaría de la historia de mi madre. No. Sería en un domingo en la tarde, con olor de tortillas de queso con natilla y café chorreado. Y mi hermana estuvo ahí desde niña, para escuchar hablar de mi madre, de la madre de mi madre, y de la madre de esta última. Mi hermana estaba ahí todavía haciendo tortillas con natilla y chorreando café mientras sus dos hijas (las dos nietas de mi madre) y la hija de una de ellas, cuidan y chinean a mi madre en los últimos días de su vida.

       Las líneas que siguen son los relatos de mi hermana. De estas historias, he escuchado diferentes versiones de distintas personas durante el transcurso de mi vida, pero transcribo lo que ella me empezó a contar esa noche de agosto. No agrego ni quito nada, no exagero ni desvalorizo ninguna de las narraciones que siguen, ni a sus protagonistas. La memoria de mi hermana falla a veces, pero como nos volvimos a encontrar en varias ocasiones, siempre para seguir conversando sobre mi madre, y sobre siete generaciones de mujeres que con amor y deseo de cuidar al próximo, permitieron que yo sea quien soy, y que muchas personas sean quien ellos y ellas son, gracias a que, por alguna razón (que podría ser justificada por cualquier cosmogonía, o por ninguna), pasaron cerca de la vida de mi madre.   

Belita

R$75.00Precio
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